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hasta aquí hemos callado

por la jauría


Somos unos hijos de perra y nos van a matar. De eso no cabe ninguna duda. Más tarde o más temprano acabaremos en una perrera editorial, marcados con un código de barras electrónico bajo la piel y sacrificados en cuanto no seamos de utilidad para los celadores. Pero todavía andamos sueltos, aún podemos morder unos cuantos culos y armar un buen escándalo, ladrando bajo las ventanas de los notarios y subsecretarios del reino para estropearles un poco la cena.

Los cinco hijos de perra que formamos la jauría podríamos ser otros cincuenta chuchos cualquiera que, como nosotros, trabajan desde hace tiempo en todo lo que rodea a la literatura, como escritores, editores, críticos, periodistas, profesores, libreros y hasta impresores e ilustradores. Y como cualquier otro hijo de perra que ha de conservar su trabajo, su ridícula porción de seguridad o sus migajas de "fama", llevamos más tiempo del soportable viendo y padeciendo demasiadas cosas turbias, necias y retorcidas en el mundo literario (no debe de ser casual que emprendamos esta migración sin retorno a pocas horas de conocer el próximo ganador del premio Planeta), y guardando silencio bajo un bozal invisible pero muy real, del que en este mismo momento nos libramos.


Hasta aquí hemos callado. Nos puede más el hartazgo que la prudencia, aunque todavía guardamos, como buenas bestias pardas, un mínimo instinto de supervivencia que nos obliga a plantearnos el anonimato en esta insumisión en favor de la literatura y contra la voz de su amo. Ese mismo amo de mil caras que mañana puede dejarnos sin trabajo, rechazar nuestro manuscrito o apartarnos del próximo tinglado editorial, pero no por nuestros méritos, sino por nuestras opiniones o afinidades. Hemos pensado y hablado mucho sobre ello, y nunca nos ha parecido la opción "ideal", pero finalmente hemos decidido adoptar pseudónimos para publicar nuestras críticas, denuncias y cuestionamientos, y reunirnos los cinco en torno a la jauría para publicar esta página. Es la única manera de escribir o ladrar en completa libertad.

No sabemos a ciencia cierta si letras perras le servirá a alguien para conocer un poco mejor los trapos sucios y la trastienda del mercado editorial, las vanidades de la feria literaria y a los freaks del circo cultural. Pero tenemos claro que nos servirá a nosotros y que, como mínimo, esta rabiosa dentellada colectiva supone un acto imprescindible de higiene mental. Vamos a ganarnos unos cuantos enemigos, por supuesto, pero estamos seguros de que también hay una manada inmensa ahí fuera que siente como nosotros. Ladraremos, gruñiremos, morderemos y hasta puede que nos enzarcemos en alguna pelea con otros perros de presa, pero lo haremos siempre bajo dos premisas sagradas para nosotros: el argumento por encima del ingenio y las ideas por delante de las concesiones a los individuos. Sin insultos, sin ataques personales, pero con los colmillos afilados y los ojos atentos, para defender este vasto territorio de la literatura sin que una sola gota de servidumbre le siga bailando el agua a la voz de su amo.

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